lunes, 2 de mayo de 2011

Cargar con el Muerto

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Por:

Sarahi Cardona, G. Munckel Alfaro, Roberto Fernández Terán, Paola Rodríguez Angulo & Ariel Yañes


En la peña de doña Eugenia, cuatro amigos festejaban un gran evento: Francisco cumplía medio siglo de vida y sus camaradas, Ernesto, Agustín y Juan, habían decidido festejar a lo grande con una abundante cena y finísimos tragos.

Entre los platos se encontraba lo más selecto de la gastronomía cochabambina: pato al horno, pique macho, laping, y el infaltable brazuelo de cordero, entre otros.

La reunión se extendió por varias horas, claramente marcadas por la cantidad de botellas que se acumularon sobre la mesa.

En la emoción del momento, Ernesto se levantó y, eufórico, anunció el motivo de la fiesta a todos los concurrentes:

—¡Por los 50 años de Francisco! ¡Salud y dicha para este buen hombre!

Inmediatamente, los parroquianos de la mesa contigua, funcionarios de la alcaldía, se unieron a la algarabía, levantando sus vasos y deseándole muchos años de vida y abundante prosperidad.

Ni corto ni perezoso, uno de ellos se levantó y se dirigió hacia Francisco, invitándole una copa y abrazándolo fraternamente.

El bueno de Francisco, con la emoción en el cuello y al grito de trago para todos, invitó una ronda de cerveza para toda la concurrencia.

Un par de horas después, cuando el mozo se acercó sigilosamente al festejado para pasarle la cuenta que alcanzaba a la suma nada despreciable de mil bolivianos (contando con la ronda de tragos que invitó el cumpleañero al calor de las copas). Se notó en el aire un ambiente de tensión.

Francisco pensó que, como era el cumpleañero y la fiesta había sido organizada por sus amigos, no le correspondía pagar la cuenta.

Para verse liberado de cargar con el muerto, ideó una infalible estrategia.

Se levantó y pidió un brindis. Al momento de chocar las copas, intencionalmente golpeó la suya con fuerza, quebrando el vaso en mil pedazos y derramando su contenido sobre la mesa y el suelo.

Cuando el mesero se acercó a limpiar el desorden, Francisco aprovechó la situación y puso la cuenta bajo el vaso de Ernesto; acto seguido, se dirigió rumbo al baño, esfumándose de la escena para no aparecer más.

Ernesto levantó el vaso y encontró la factura pegada a la base. Al ver la suma pensó:

—No tengo más que veinte pesos y mi mujer controla todos mis gastos. Además tengo que pagar el colegio de mis hijos, el alquiler de la casa, comprar un nuevo carburador para la moto y comprar las medicinas para el perro. No, no pienso cargar con este muerto por nada del mundo.

Acto seguido, pasó la mano por detrás de Agustín y tocó su hombro derecho, éste giró la cabeza hacia ese lado mientras Ernesto deslizaba sutilmente la factura bajo el codo izquierdo del aludido. Entonces Ernesto se levantó ágilmente y se excusó diciendo:

—Tengo que hacer una llamada telefónica a mi casa para saber si el perro se siente mejor.

Y con paso apresurado se dirigió hacia la calle para no volver jamás. Al mover el codo, Agustín se encontró sorpresivamente con que le habían cargado el muerto.

Entonces, preocupado porque sus recursos financieros no superaban la modestísima suma de 25 bolivianos, murmuró muy quedo para sí mismo:

—No cargaré con el muertito de esta farra. Después de todo, no son mis amigos del alma. Apenas los conozco a estos sinvergüenzas, siempre mangueando a los amigos. Yo pagué la última, no pienso pagar más.

Con un movimiento veloz, aprovechó que Juan, a su derecha, le estaba echando el ojo a una despampanante morocha en minifalda que se dirigía al baño, entonces Agustín depositó la cuenta al alcance de la mano de Juan y dijo con una voz de abnegado padre:

—Mi hijo me espera en la esquina de esta calle; así que iré a buscarlo, lo enviaré a mi casa en radio taxi; y vuelvo enseguida. No me tardo ni un minuto.

Entonces salió, desapareciendo completamente del lugar para no retornar hasta el día del Juicio Final.

Al bajar la mirada, Juan se encontró completamente solo y con la astronómica cuenta bajo su mano. Sin siquiera mirarla ni preocuparse por ella, se dirigió lentamente hacia el mostrador, donde se encontraba la cajera. Con voz de galán criollo, le pidió que cargara la cuenta a sus viejos amigos de la mesa contigua. Ante la cara incrédula de ella, él le explicó que sus amigos, mencionando nombres y apellidos, figuras importantes de la alcaldía cochabambina, se habían ofrecido muy amablemente y en honor al cumpleañero a correr con todos los gastos.

Tras esta breve explicación, desapareció raudamente como alma que lleva el diablo.

Minutos después, los funcionarios de la alcaldía se arrepintieron en el alma de haber brindado con el grupo de extraños, porque ahora les habían cargado con nada más ni nada menos que con el muertito del festejo.

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