lunes, 23 de mayo de 2011

Confianza ni en la Camisa

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Por:

Sarahi Cardona, Roberto Fernández Terán, G. Munckel Alfaro, Paola Rodríguez Angulo, Yvonne Rojas Cáceres & Ariel Yañes.


MAGDALENA: Padre, he pecado.

CURA: Cuéntame hija mía. Se sincera en este lugar, porque lo único que dios necesita para perdonarte, es tu sinceridad y tu arrepentimiento.

MAGDALENA: Por eso he venido padre, esa es mi intención. Todo empezó la mañana del día de difuntos de hace dos años, cuando todavía estaba el anterior párroco.

CURA: ¡Ah sí! Lo recuerdo. No se podía confiar en él, no podía guardar los secretos de los confesantes.

MAGDALENA: No es eso padre. Creo que era de mucha confianza, porque hasta ahora, yo no he sabido que haya dicho lo que he venido a contarle.

CURA: Estás en confianza.

MAGDALENA: Yo había venido a traer flores para la misa de mi difunta suegra y no había nadie más. Como era tempranito y creía que nadie me iba a ver, me vine con un camisón de seda que le gusta mucho a mi marido, entonces me di cuenta que sí había alguien, justo el curita, y yo con el camisón levantado para poner las flores arriba en el altar, y zaz, me agarra de la cintura, nos besamos, y así pasó todo. Desde ese día, venía todas las mañanas a arreglar las flores y luego volvía a mi casa a hacerle el desayuno a mi marido.

CURA: ¡Entonces has engañado a tu marido! ¿Y con quién más?

MAGDALENA: Con nadie más padre, se lo juro.

CURA: Confianza ni en la camisa, hija mía. Y la tuya está muy escotada, es el símbolo del pecado, a través de ella puede verse tu lujuria. Seguro que también has fornicado con otras personas.

MAGDALENA: Padre, ¿cómo sabe que tengo escote?

CURA: Porque yo lo veo todo, hija mía, tengo los ojos de dios.

MAGDALENA: No creo que dios sea tan verde como usted.


CAROLA: Buenos días padre.

CURA: ¡¿Qué es lo que quieres?!

CAROLA: Padre ¿está molesto? Lo noto alterado.

CURA: Lo que pasa es que esa lujuriosa creía que yo era como el anterior párroco, y vino a seducirme con su escote… ¿Pero qué te trae por aquí?

CAROLA: Soy una pecadora.

CURA: En este pueblo todos lo son. Cuéntame hija mía.

CAROLA: No puedo dejar de mentir: a mis padres, a mi jefe y a todos los que me rodean. Ayer le dije a mi jefe que mi madre estaba muy enferma, sólo para poder salir con una prima.

CURA: ¿Con una prima? ¡Se sincera pecadora!

CAROLA: ¡Sí padre! ¡Se lo juro! Lo que pasa es que esta prima estaba muy enferma y…

CURA: ¡Sigues mintiendo! Realmente, confianza ni en la camisa con ustedes. Ya levantaste falso testimonio, deshonraste a tus padres ¡y ahora pecas de pereza! Estoy seguro de que mentiste a tus jefes sólo para no ir a trabajar, ¡perezosa!

CAROLA: No. Lo que pasa es que yo me sentía enferma, tenía tanta fiebre que no podía pensar claro y, la verdad, padre, es que ya me siento enferma de nuevo. Prometo volver cuando me recupere… Deme mis penitencias.

CURA: ¡Estoy seguro de que no las cumplirás, perezosa!


DAMIÁN: Padre, confieso que he pecado.

CURA: ¡Claro que has pecado! ¿Y me vas a decir la verdad o has venido a mentirme como la otra pecadora?

DAMIÁN: ¡No padre! Yo puedo ser todo menos mentiroso.

CURA: Entonces cuéntame tu pecado.

DAMIÁN: Usted sabe que a veces el hambre apremia…

CURA: ¿El hambre? Hijo mío, me parece que pecas de gula.

DAMIÁN: No, padre. Yo vine a confesarle que he robado. Justo el anterior domingo no pude venir a misa, así que no llegué a aceptar la canastita de limosna que el monaguillo siempre me ofrece cuando vengo.

CURA: ¡¿Has robado a la iglesia?! ¡¿Cómo es posible que te robes la limosna?!

DAMIÁN: ¡No, padre! ¿Cómo cree? Yo robé comida en un restaurante. Yo siempre respeto la canastita con plata que me ofrece el monaguillo; pero como le decía, justo el anterior domingo no pude venir a misa, así que no tenía plata para ir comer. Pero como tenía hambre, me metí a un restaurante sabiendo que no tenía plata y pedí todo un almuerzo completo. Estaba bien rico: una buena sopa de maní, después unas chuletas con su ensalada y su arroz con queso, y, de postre…

CURA: ¡Pecador! ¿Y te atreves a contarme cómo estuvo tu almuerzo? Robas todos los domingos en la iglesia y, de paso, robas en restaurantes.

DAMIÁN: Pero padre, sólo fue el anterior domingo. Además, a la ensalada le faltaba sal. La cosa es que, después de haber tomado el cafecito, esperé a que se distraigan y salí corriendo del restaurante. Eso es todo padre, gracias por escucharme, ya me voy.

CURA: ¿Y a dónde vas tan rápido? ¿Qué tienes ahí, qué te estás llevando?

DAMIÁN: Nada padre, son esas galletitas que siempre nos invita en las misas y no tendrá un vinito para acompañarlas?

CURA: ¡Confianza ni en la camisa! ¿Cómo te vas a llevar las hostias? ¡Son el cuerpo de Cristo, no unas galletitas!

CURA: ¡¿A dónde te vas?! ¡Vuelve acá con las hostias!


CURA: ¿Otra vez doña Remedios?

REMEDIOS: ¡Ay! Padrecito, es que no puedo pues cargar con mis pecados. Me corroen, padre.

CURA: Está bien, Remedios, dime. Ave María purísima.

REMEDIOS: Sin pecado concebida, padre; no como la vecinita que me gasto, padre, es imposible vivir cerca de una mujer de mala vida.

CURA: Remedios, Remedios, no tienes remedio. Viniste a confesarte, no a chismear, recuerda que eso es blasfemia.

REMEDIOS:¡Ay! Sí, padre; pero es que esta mañana padre estaba caminando a la iglesia, porque usted sabe que tengo que venir cada día a ponerle velas a mis santitos ¿no? Y con lo caras que están las velas, es pues una porquería. Todo es comprar, todo es vender. Este mundo va a terminar mal, padre.

CURA: ¡No blasfemes! Estás en la santa casa.

REMEDIOS:¡Ay padre! Es que ni las paredes de la iglesia pues lo protegen a uno de las maldiciones y pecados que hay afuera padre. ¡Hay cada individuo! Este pueblo se está pudriendo. Alguien tiene que rezar por los desgraciados que pecan sin control….

CURA: ¡Remedios!

REMEDIOS: Es que padre, si no hubiera resucitado, seguro que Jesús se estaría revolcando en su tumba de tanta porquería que hay.

CURA: ¡Remedios te he dicho que no blasfemes, estas en un confesionario!

REMEDIOS: Perdón padrecito. Bueno, pero las velitas ¿no? Las encendí esta mañana porque mi alma no puede más. La veo a esta vecina y las tripas se me retuercen, padre. Impúdica, mala mujer. Es una ligerona. Esta mañana estaba en la plaza con un vestidito que mostraba pues todas sus menudencias, ave María purísima. Lo único puro que le queda deben ser las orejas padre.

CURA: ¡Ay Remedios! Esa pobre mujer debe tener las orejas calientes por culpa tuya.

REMEDIOS: Ay padre…

CURA: ¿Ves lo que provocas, Remedios? Hasta a mí me haces blasfemar…

REMEDIOS: Ya padre. ¿Pero qué hago entonces? Dios me va a perdonar porque entiende que son estos pecadores lo que me hacen pecar con la blasfemia. Me hacen pisar el palito, padre.

CURA: Sí, Remedios, es verdad que en este mundo no se puede tener confianza ni en la camisa.

REMEDIOS: No pues padre, no se puede. La maldad está en todas partes, en cada puerca esquina. Y la carne es débil padre, es débil.

CURA: Eso me suena a otra cosa, Remedios. Habla de una vez.

REMEDIOS: No, no, padre. Padrecito, usted me conoce. Yo sería incapaz de manchar mi honor, padre. La gente cochina es, padre. La que contamina pues, la que no respeta a las personas como yo…

CURA: Remedios, basta. Tendré que darte una penitencia muy grande para calmar tu lengua. Para que dejes de blasfemar.

REMEDIOS:¡Ay, padre! He tratado con todo… Hasta un toco grandísimo de jabón me he metido…

CURA: ¡Remedios!

REMEDIOS: A la boca padre… A la boca.

CURA: Basta ya, Remedios. Tendrás que rezar diez avemarías y cinco padres nuestros.

REMEDIOS:¡Santa Cachucha, madre de dios! Así llegaré tarde al mercado pues, y me tendré que juntar con la chusma.

CURA: Remedios, si no dejas de blasfemar, te irás directo al infierno.

REMEDIOS: Ni lo diga padre. Más bien, deme la bendición de una vez, antes de que mis rodillas se aplanen y parezca una ridícula chueca, como la vecina de en frente de mi casa…

CURA: ¡Sí, sí! Mejor te bendigo antes que sigas. ¡Por dios santo!

lunes, 2 de mayo de 2011

Cargar con el Muerto

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Por:

Sarahi Cardona, G. Munckel Alfaro, Roberto Fernández Terán, Paola Rodríguez Angulo & Ariel Yañes


En la peña de doña Eugenia, cuatro amigos festejaban un gran evento: Francisco cumplía medio siglo de vida y sus camaradas, Ernesto, Agustín y Juan, habían decidido festejar a lo grande con una abundante cena y finísimos tragos.

Entre los platos se encontraba lo más selecto de la gastronomía cochabambina: pato al horno, pique macho, laping, y el infaltable brazuelo de cordero, entre otros.

La reunión se extendió por varias horas, claramente marcadas por la cantidad de botellas que se acumularon sobre la mesa.

En la emoción del momento, Ernesto se levantó y, eufórico, anunció el motivo de la fiesta a todos los concurrentes:

—¡Por los 50 años de Francisco! ¡Salud y dicha para este buen hombre!

Inmediatamente, los parroquianos de la mesa contigua, funcionarios de la alcaldía, se unieron a la algarabía, levantando sus vasos y deseándole muchos años de vida y abundante prosperidad.

Ni corto ni perezoso, uno de ellos se levantó y se dirigió hacia Francisco, invitándole una copa y abrazándolo fraternamente.

El bueno de Francisco, con la emoción en el cuello y al grito de trago para todos, invitó una ronda de cerveza para toda la concurrencia.

Un par de horas después, cuando el mozo se acercó sigilosamente al festejado para pasarle la cuenta que alcanzaba a la suma nada despreciable de mil bolivianos (contando con la ronda de tragos que invitó el cumpleañero al calor de las copas). Se notó en el aire un ambiente de tensión.

Francisco pensó que, como era el cumpleañero y la fiesta había sido organizada por sus amigos, no le correspondía pagar la cuenta.

Para verse liberado de cargar con el muerto, ideó una infalible estrategia.

Se levantó y pidió un brindis. Al momento de chocar las copas, intencionalmente golpeó la suya con fuerza, quebrando el vaso en mil pedazos y derramando su contenido sobre la mesa y el suelo.

Cuando el mesero se acercó a limpiar el desorden, Francisco aprovechó la situación y puso la cuenta bajo el vaso de Ernesto; acto seguido, se dirigió rumbo al baño, esfumándose de la escena para no aparecer más.

Ernesto levantó el vaso y encontró la factura pegada a la base. Al ver la suma pensó:

—No tengo más que veinte pesos y mi mujer controla todos mis gastos. Además tengo que pagar el colegio de mis hijos, el alquiler de la casa, comprar un nuevo carburador para la moto y comprar las medicinas para el perro. No, no pienso cargar con este muerto por nada del mundo.

Acto seguido, pasó la mano por detrás de Agustín y tocó su hombro derecho, éste giró la cabeza hacia ese lado mientras Ernesto deslizaba sutilmente la factura bajo el codo izquierdo del aludido. Entonces Ernesto se levantó ágilmente y se excusó diciendo:

—Tengo que hacer una llamada telefónica a mi casa para saber si el perro se siente mejor.

Y con paso apresurado se dirigió hacia la calle para no volver jamás. Al mover el codo, Agustín se encontró sorpresivamente con que le habían cargado el muerto.

Entonces, preocupado porque sus recursos financieros no superaban la modestísima suma de 25 bolivianos, murmuró muy quedo para sí mismo:

—No cargaré con el muertito de esta farra. Después de todo, no son mis amigos del alma. Apenas los conozco a estos sinvergüenzas, siempre mangueando a los amigos. Yo pagué la última, no pienso pagar más.

Con un movimiento veloz, aprovechó que Juan, a su derecha, le estaba echando el ojo a una despampanante morocha en minifalda que se dirigía al baño, entonces Agustín depositó la cuenta al alcance de la mano de Juan y dijo con una voz de abnegado padre:

—Mi hijo me espera en la esquina de esta calle; así que iré a buscarlo, lo enviaré a mi casa en radio taxi; y vuelvo enseguida. No me tardo ni un minuto.

Entonces salió, desapareciendo completamente del lugar para no retornar hasta el día del Juicio Final.

Al bajar la mirada, Juan se encontró completamente solo y con la astronómica cuenta bajo su mano. Sin siquiera mirarla ni preocuparse por ella, se dirigió lentamente hacia el mostrador, donde se encontraba la cajera. Con voz de galán criollo, le pidió que cargara la cuenta a sus viejos amigos de la mesa contigua. Ante la cara incrédula de ella, él le explicó que sus amigos, mencionando nombres y apellidos, figuras importantes de la alcaldía cochabambina, se habían ofrecido muy amablemente y en honor al cumpleañero a correr con todos los gastos.

Tras esta breve explicación, desapareció raudamente como alma que lleva el diablo.

Minutos después, los funcionarios de la alcaldía se arrepintieron en el alma de haber brindado con el grupo de extraños, porque ahora les habían cargado con nada más ni nada menos que con el muertito del festejo.